Vida Taurina

Faena de Tanguito

Silverio Pérez  faena de tanguito

 

La tarde del 31 de enero de 1943 fue una corrida apoteótica que ha quedado grabada como una fecha clave en la historia del toreo mexicano. En la plaza de toros El Toreo de la Ciudad de México tomaba la alternativa Antonio Velázquez, llevando como padrino a Fermín Espinosa “Armillita” y a Silverio Pérez, vestido de marfil con bordados en pasamanería negra, como testigo, en la presentación de la ganadería de Pastejé.

Silverio Pérez  faena de tanguito

Silverio dando la vuelta al ruedo el 31 de febrero de 1993
conmemorando el 50 aniversario de la Faena de Tanguito

Armillita y Silverio salieron a pelearse las palmas como si fueran principiantes. “Armillita” realizó una faena de antología al toro “Clarinero”, con lo que parecía haber aplastado a Silverio con el peso de su maestría. Pero el texcocano, con todo el respeto y admiración que sentía por el “Maestro”, no estaba dispuesto a dejarse ganar la pelea. Salió el quinto de la tarde de nombre “Tanguito”, toro bravísimo que de tanto humillar clavó los pitones en la arena dando espectaculares maromas en un par de ocasiones, lo cual le hizo mucho daño. Silverio decía que si el toro no hubiera dado esas maromas, todavía estaría corriendo detrás de él. Desde ese momento el toro se quedó embistiendo muy lentamente, al grado que ninguno de los tres alternantes pudo lucirse en quites.


Los tres muletazos de tanteo no presagiaban un buen augurio, ya que se vieron muy descompuestos. Nadie sospechaba que estaban por presenciar una de las faenas más grandiosas que se hayan realizado en plaza alguna. Había que llegarle mucho al toro y medirle paso a paso la lentitud de su embestida. Silverio estuvo fenomenal, toreando con lentitud y temple increíbles para lograr la delirante algarabía de los aficionados que no podían creer lo que estaban viendo. Hizo todo lo que es posible hacerle a un toro, incluso hasta lo que en esa época era considerado como imposible, pisar terrenos a los que nadie había osado llegar. Para cruzarse con el toro y provocar así su arrancada, pegaba saltitos, dos y hasta tres. Hizo derroche de su arte, dominio y conocimientos. Uno por uno fue engarzando bellísimos muletazos coronando de gloria su magistral interpretación del toreo. ¡Un faenón de locura para cortar la oreja y el rabo!


Silverio Pérez  faena de tanguito

Verso escrito a mano por Agustín Lara en una bolsa de papel
de estrasa en la mismísima plaza, el día de la faena de Tanguito.

Después de matar a “Tanguito”, ebrio de triunfo y de bien torear, Silverio se dirigió a la barrera; Fermín, emocionado, también abrazó a Silverio. La admiración del “Maestro” fue para Silverio el laurel más preciado de la triunfal corona que ciñó a sus sienes esa tarde. El pedestal del ídolo estaba consolidado para siempre.


Los comentarios de aquel trasteo no se hicieron esperar, “José Cándido” (Rafael Solana) escribió en “Multitudes”: “Nadie ha hecho el toreo como este as de ases, a quien habría que levantarle no una placa sino una pirámide, una basílica o mejor aún, una montaña, para que existiese un monumento digno de su gloria. La gente no se cansa de ovacionar la faena más grande del mundo, la faena de “Tanguito” que para tener digno monumento, tendría que ser inscrita con letras de oro en la cumbre misma del Popocatépetl.”


“El Tío Carlos” (Carlos Septién García) en “El Universal”: “Silverio rompió junto con Tanguito las leyes del toreo. Pero no como un anarquista de falsificado modernismo. Ni siquiera como un revolucionario a lo Lorenzo Garza. Lo hizo por la vía de la exaltación personal, con el orgullo humilde de quien cumple la exigencia de volcar un ritmo interno cada vez más claro, cada vez más imperioso. Con la certeza de quien ha descubierto otras leyes superiores a las cuales subordinar su arte: las leyes del mundo creador, libre y poético de la fantasía. Acortando hasta el último límite las distancias entre toro y torero. Ensanchando hasta lo increíble en uno y otro sentido el espacio en que el toro podría ir prendido en la muleta. Alargando hasta lo inverosímil el tiempo de dilación de un lance o de un pase. Haciendo por tanto un toreo diferente en temple y en terreno, en tiempo y en espacio. Con Silverio Pérez se inicia la época del toreo como fantasía y la escuela mexicana paga con creces su deuda al toreo universal, entregándole el mensaje de este indio de Texcoco, largo, huesudo, desangelado y genial”.


Agustín Lara, el genial músico – poeta, al darse cuenta de la enorme belleza estética de trasteo y el sentimiento que Silverio imprimió en cada muletazo, se inspiró para componer el inmortal pasodoble “Silverio”, un verdadero himno a la personalidad en los ruedos y la profundidad al torear, y que dice: “Silverio, cuando toreas, no cambio por un trono  mi barrera de sol”.